QUINTA PARTE: REFLEXIONES SOBRE LA SOCIEDAD DE LA NIEVE

María Jesús Mena

Febrero 2024

Hace unos días me atreví, al fin, a ver La sociedad de la nieve. Creo que es una película a la que hay que asomarse. Reconozco que me ha parecido una obra de arte en la que todas y cada una de las piezas encajan a la perfección. Nada desentona. Se han cuidado hasta los mínimos detalles. No hay notas discordantes. Solo se muestra equilibrio, profundidad, respeto. Una suerte de admirable danza que celebra la vida, aunque para darse cuenta de eso, haya que abismarse primero a la muerte. Esa a la que no prestamos atención, casi como si no fuera con nosotros, hasta que no queda más remedio.

Una aventura difícil tenía Bayona por delante, sobre todo porque los supervivientes iban a estar ahí, valorando cada una de las secuencias, sintiendo de nuevo el dolor y la desesperanza de aquellos días. También, los familiares de los que no lograron salir con vida. Todos pendientes de cada escena, reviviendo los daños, enfrentándose de nuevo a sus propios rostros, a la angustia, la ansiedad, la tristeza, la impotencia, la rabia y el miedo. Ese que debía ser mayor que las montañas que los rodeaban.

Sin embargo, La sociedad de la nieve es un ejercicio sublime de admiración y respeto. Rinde homenaje, tanto a los que consiguieron escapar, como a los que no. Los engrandece y, a su vez, ensalza al ser humano que se ve reflejado en sus acciones, muy al contrario de lo que parecen querer manifestar, en los últimos tiempos, tanto películas, como series o novelas, en las que se dibuja a las personas como seres débiles, taimados, dañinos, algunos despreciables, capaces de casi cualquier cosa con tal de medrar, de alcanzar sus sueños, de tener poder. O de sacar nuestra peor versión en el caso de que tuviésemos que enfrentarnos a una situación límite, porque somos malos, depravados, ignorantes, egoístas e idiotas. Sin duda alguna, si el mundo se fuese a acabar mañana, nos mataríamos unos a otros sin pestañear, nos volveríamos salvajes, lo arrasaríamos todo. Pero Bayona nos muestra en esa cordillera nevada que eso no tiene por qué ser cierto, que no es una verdad absoluta, ni algo inherente al ser humano, que también podemos ser coherentes, intelectualmente brillantes incluso en situaciones adversas, instintivos, empáticos, que somos capaces de mostrar nuestra mejor versión ante una crisis, que nos crecemos ante el infortunio, que podemos trabajar en equipo, gestionar de forma equilibrada la escasez, darnos apoyo y calor, tener dilemas morales y éticos, compartirlos, crear palabras hermosas y regalárselas a otros, actuar de forma reflexiva y sensata, incluso cuando nuestro futuro es incierto y demoledor. También, abordar la idea de la muerte y compartirla con valentía, dando permiso para poder tomar posesión de nuestro cuerpo y que este sirva para continuar dando vida cuando ya no estemos. Nos recuerda que los Andes nos puede pasar a cualquiera, que nadie está exento de sufrir una desgracia, que esa realidad está ahí, cerca, y que, a pesar de esto, podemos no transformarnos en seres despreciables. Porque esa sociedad de la nieve que se organiza como una piña, demuestra que no es la individualidad de cada uno de ellos, sino la suma de todos orientada hacia la consecución de un objetivo común, la que consigue alcanzar la meta, por imposible que esta parezca. Quizá también haya algo de milagro, dirá alguien. Fue quizá, lo más similar a un milagro, según lo que yo pueda entender, no cabe duda, también se entremezcla con algo de suerte, azar, con lo imposible o lo inexplicable, pero lo cierto es que no solo, o no del todo, ya que sin el esfuerzo de esos hombres, sin su coraje, el milagro no hubiera podido producirse.

Creo que Bayona hace un inmenso trabajo con la inquietante historia de esas cuarenta y cinco personas que sufrieron el accidente aéreo, para el que ninguna de ellas estaba preparada. ¿Quién lo está? De ellos, solo dieciséis sobrevivieron setenta y dos días en unas condiciones totalmente inhumanas rodeados de frío, hambre, tormentas y desolación. Con sus compañeros muertos al lado, y con los que iban muriéndose, que casi era aún peor.

Aplaudo a Bayona y no me canso, por la obra, por su empecinamiento en luchar por sacar su proyecto adelante, pero también por el arrojo que le ha llevado a decir basta a esa ola de negatividad y apocalipsis que parece estar invadiéndonos. Hay gente miserable y ruin, sí, nadie dice lo contrario, pero también la hay que no lo es y lo mejor que nos da esta ficción de los Andes es que es una no-ficción, ya que está basada en una historia real. Se comportaron de manera similar a lo que se ve, vivieron así, y salieron de allí y eso es una verdad incuestionable, no es un futurible, sobre qué pasaría si… es una realidad. Su realidad.

Aplaudo también a Bayona, por crecer en cada película y no insultar al espectador en ninguna de ellas. Podría haber hecho un metraje coral sensacionalista, sin embargo, obvia dar excesivos detalles sobre todo aquello que ya sabe el que está al otro lado de la pantalla, o sobre lo que podemos indagar por nuestros medios, centrándose en lo que es en verdad esencial y nos deja a nosotros el proceso de reflexión para que hagamos con él lo que estimemos oportuno. El encuadre es perfecto, la fotografía es magnífica, la producción equilibrada, los actores espectaculares y la dirección prodigiosa, si es que se permite a una neófita poder decir todo esto a la vez. No me extraña que se lo haya llevado casi todo en los Goya. No me he atrevido aún a leer el libro, no sé si es mejor que la película, pero para la última solo tengo palabras de elogio.

También aplaudo la imagen de un hombre emocionado y que se rompía en lágrimas con cada premio durante la gala. Me impactó esa emoción con la que vivió cada nominación y cada Goya otorgado a los participantes de una u otra forma en la película, su humildad y gratitud.

Y mi último aplauso es para ese afán suyo de ser digno sucesor de los grandes buscadores de respuestas, de aquellos que recapacitaron sobre el sentido de la vida. Por supuesto, por intentar generar más preguntas que respuestas, como un buen pensador, como un ser humano racional, buscando quizá avivar de nuevo lo importante, las grandes preguntas y de hacerlo a través de la cultura: ¿Hay algo más allá de nuestro pequeño mundo? ¿Dios existe? ¿Por qué acontecen determinados actos que podrían resultar casi milagrosos? ¿Qué relación existe entre lo espiritual y lo carnal, entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte? ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Hasta dónde puede dar de sí una persona cuando se encuentra en una situación límite?

Quizá fueron acaso todas estas preguntas las que consiguieron salvar a esos hombres de su funesto destino o quizá, sea solo que detrás de todo esto, haya o no milagro, azar o suerte, lo que hay es una verdad irrefutable: la fe mueve montañas o, si no lo hace, al menos, es capaz de sortearlas.

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